Metro Bilbao y la degradación onomástica

Metro Bilbao, que ha cumplido 25 años, ofrece una oportunidad única en lo que respecta al registro oral de los nombres de las estaciones, que lo son de localidades y barrios. La megafonía interna canta al paso de cada estación dichos nombres. Lejos de aprovechar esta virtualidad, la han convertido a la contra. Nombres como Ansio, en Barakaldo, lo pronuncian a la española, violando una de las características más marcadas de la fonología vasca, tal es la la ausencia de diptongos ascendentes. En San Inazio y Kabiezes, esta última en Santurtzi, a pesar de una grafía euskérica discutible, la pronunciación es también a la española, con una interdental desconocida en euskera que va subliminalmente introduciéndose en la lengua.

En otras ocasiones han utilizado este transporte público como caballo de Troya para introducir versiones vascas de nombres simplemente inventadas, tal es el caso de Santimami por San Mamés, o de nula tradición como Zazpikaleak (mal escrito y en este caso bien pronunciado en dos unidades fónicas). Se atreven a inventarse nombres y no a recuperar alguno genuino como por ejemplo Krutzeta por Gurutzeta, recreado este último hace ahora un siglo como nombre de una pequeña calle particular a partir de la forma romance Cruces. Subliman una forma popular en declive como Siete Calles (¡¡no Sietecalles!!), aunque sea en su versión euskérica sin tradición real, pero no se atreven a reivindicar Plaza Elíptica o Plaza Eliptikoa, y perpetúan el nombre de Moyúa (mal escrito sin tilde) que fue uno de los primeros nombres que impuso en 1937 el recién auto instaurado ayuntamiento franquista después de la toma de Bilbao. Federico de Moyúa fue un alcalde liberal de Bilbao y no tendríamos nada que objetar, si no fuera por su imposición a manos de un consistorio que se estrenaba en su labor de purga a todos los niveles. Tampoco tendríamos nada que objetar contra el nombre de San Ignacio o su versión maquillada San Inazio, barrio de Deusto, si no fuera porque fue una urbanización de iniciativa falangista para la que expropiaron e incautaron muchos caseríos, haciendo olvidar los nombres de estos y rebautizando las calles del nuevo barrio con nombres foráneos.

La cuestión que subyace no es la falta de pericia o interés por parte de Metro Bilbao. Lo grave es que Metro Bilbao delegó, a través de convenio, en Euskaltzaindia para que le gestionara los asuntos relacionados con el euskera y nombres vascos de las estaciones. No radica en esto el mal, sino en el nefasto resultado: labor arbitraria y poco respetuosa con la lengua vasca a la que se debe. La misma grave dejación hay que atribuirle al Ayuntamiento de Bilbao, último responsable del nombre de sus calles y barrios.

Una carta de opinión denunciando esta mala práxis y la ocasión perdida la firma en Berria el miembro de Onomastika Elkartea Ander Ros.

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